
Se cumplen 10 años del fallecimiento de uno de los escritores más prolíficos de México sin que se le haya dado el lugar que se merece en las letras
GUDALAJARA, JALISCO.- Las letras mexicanas se teñían de luto la madrugada del 4 de mayo de 1999 por el fallecimiento de Ricardo Garibay (Tulancingo, Hidalgo, 1923), uno de los escritores más prolíficos de México. Cuando se cumple una década de la muerte de este autor de espíritu rebelde y apasionado, la admiración que siempre ha sentido por él su compañero de oficio Vicente Leñero (Guadalajara, Jalisco, 1933) sigue creciendo.No importa que Leñero fuera víctima de la fuerte personalidad de Garibay ni que discutiera varias veces con él por diferencias de opinión. Incluso soportó que lo negara como su amigo frente a los demás. Ninguno de estos pasajes desagradables ha dejado la más mínima huella de resentimiento en el escritor tapatío hacia el autor hidalguense. Todo lo contrario. Leñero nunca ha dejado de elogiar la figura humana y literaria de Garibay y lamenta que no sea un literato reconocido como se merece en México.El rostro de Leñero se ilumina con tan solo escuchar el nombre de su amigo. No puede negar el gusto que le provoca evocar su obra, su legado humano. Lo define como uno de los grandes prosistas mexicanos y no solo por la variedad de sus novelas, sino por su preocupación por el estilo: “Eso es lo que a mí más me llama la atención. Pienso que entre los grandes prosistas mexicanos, de los que conocemos ahora, con gran amor por la literatura, a esos pertenecía Ricardo Garibay. Escribió con mucha devoción”.Garibay tenía bien definida la convicción de su oficio: “Desde los 17 años viví para leer y escribir. Hice tres carreras universitarias y no me recibí de ninguna, no tengo ningún título; leer y escribir, todo lo demás lo pasé frívolamente. Mandé al carajo la vida; tenía un compromiso, escribir”.Así es: Garibay comenzó a estudiar Derecho, Filosofía y Psicología, pero no se tituló en ninguno de estos estudios. Sin embargo, fue becario del Centro Mexicano de Escritores de 1952 a 1953, junto con Juan Rulfo y Juan José Arreola, y se desempeñó como jefe de prensa de la Secretaría de Educación Pública en 1953. Además, fue profesor de literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y presidente del Colegio de Ciencias y Artes de Hidalgo. En 1994 ingresó al Sistema Nacional de Creadores de Arte como creador emérito.Hablar de Ricardo Garibay es referirse a un rebelde de la literatura. No siguió modas. No intentó sorprender con artificios literarios. Nunca puso en riesgo su creación para obtener un beneficio público, administrativo o académico. No pretendió ser un intelectual, sino un buen escritor, un artesano de las palabras, con un estilo que si bien le trajo grandes admiradores, también le creó fuertes detractores, como recuerda Vicente Leñero. ¿Qué supuso para México tener un escritor como Ricardo Garibay, con un estilo tan sui generis? “Yo pienso que fue muy sano, porque de pronto esos grupos mafiosos, ese PRI cultural que gobernaba a México, tenía ya valores establecidos, gente a la que respetaban y admiraban y que pertenecía a esos núcleos. Un personaje incómodo, al que no se le podía negar su gran talento, habilidad y su devoción hacia la literatura, rompía el esquema, así que esos grupos decían quiénes valían y a él lo consideraban de segunda categoría”.¿Considera que Garibay pudo superar el desaire de parte del gremio? “Creo que fue un hombre muy resentido con su medio, porque no se le reconocía lo suficiente. Uno de los grandes fallos en la historia de la literatura mexicana es que no se le dio el Premio Nacional de Ciencias y Artes. Ése es un hueco terrible”.Pero, lejos de ese resentimiento hacia su gremio, ¿no le quedó el gozo de sus lectores?“Por supuesto, sobre todo a los lectores que no les importa la política cultural, que no saben lo que sucede en ese mundillo que se forma en los grupos literarios. Mas allá de eso, ahí están sus obras que, pienso, tienen una gran vigencia”.¿Cómo era en la intimidad literaria Ricardo Garibay? “Muy sencillo. No era el mismo patán que cuando hablaba de política. Cuando hablaba de literatura se volvía un hombre muy sencillo y humilde, de hecho, era muy sabroso platicar con él. Incluso pedía consejos, a mí mismo me preguntó cuando incursionó en el teatro. Se inclinaba a aprender. Recuerdo que cuando vino Borges a México, por ahí de los 70, nos invitaron a estar en su departamento, éramos unos cuantos en su sala y nos invitó a jugar a nombrar los cuentos que nos marcaron la vida, un ambiente en el que Garibay se sintió más que cómodo”.En Vicente Leñero, ¿qué pesa más: el recuerdo de Garibay escritor o Garibay ser humano? “Los dos. Son áreas muy interesantes. Para mí pesa mucho ese sentido de la palabra, por escribir bien, que iba acompañado de la pasión de su temperamento. Era una persona apasionada no solo para escribir, sino para vivir”.¿Se siente privilegiado de haber sido amigo de Garibay? “Sí, claro. Aunque no estoy seguro si él me consideraba su amigo (risas), porque en una entrevista le preguntaron por mí y él dijo que no lo éramos, que solo nos habíamos visto de vez en cuando. Eso me causó mucha risa y dije: ‘pinche Garibay’”. Ser humano inolvidable Vicente Leñero insiste en la necesidad de reconocer a Ricardo Garibay. Siente que quizá sea tarde para hacerlo, pero ya no hay motivos que retrasen su exaltación como una de las mejores plumas nacionales: “Ahora está muerto, ya no molesta a nadie. Ahora se le puede leer sin prejuicios, dejando a un lado si era grosero o impertinente”. Pero su anhelo de que se reivindique a Garibay no se limita a su faceta como escritor, sino que considera que debe hacerse también como ser humano. Dice que “con todo y lo aparentemente teatral que era, abrupto, grosero y cínico, había detrás de él una gran persona, porque era de las pocas que amaba las letras. No quería nada más que eso. Pudo querer dinero, poder, reconocimiento, como cualquier ser humano, pero su vocación estaba bien orientada hacia la literatura, por eso jamás dejó de escribir”. Amor por la escritura “Escribir es un acto de amor, muchos momentos en la escritura son un verdadero orgasmo”, afirmaba Ricardo Garibay, quien en 1965 ganó el Premio Mazatlán de Literatura por Beber un cáliz, y en 1975 obtuvo el Premio al Mejor Libro Extranjero Publicado en Francia por La casa que arde de noche.Galardonado también con el Premio Nacional de Periodismo en 1987 y el Premio Narrativa de Colima en 1989, el escritor colaboró en Plural, Revista de la Universidad de México, Revista Mexicana de Literatura, El Universal, Novedades y Excélsior, entre muchos otros medios impresos. En televisión condujo los programas Autores y libros, Poesía para militantes, Mujeres, mujeres, mujeres, A los normalistas con amor, en Canal Once, y en Imevisión, Temas de Garibay y Caleidoscopio. La obra de Ricardo Garibay se compone aproximadamente de 50 libros, en los que exploró diversos géneros: novela, cuento, ensayo, crónica, reportaje, guión cinematográfico y teatro.Entre sus libros figuran Beber un cáliz (1965), La casa que arde de noche (1971), Rapsodia para un escándalo (1971), Aires de blues (1984), Oficio de leer (1996) y Feria de letras (1998). Algunos de sus guiones cinematográficos son Lo que es del César (1970), El mil usos (1971) y El Púas (1991). En teatro se encuentran Diálogos mexicanos (1975), Mujeres en un acto (1978) y ¡Lindas maestras! (1985). En el conjunto de sus reportajes aparecen Nuestra Señora de la Soledad en Coyoacán (1955), Acapulco (1978) y Chicoasén (1986).El escritor falleció de cáncer a los 76 años, heredando un amplio acervo a las letras.
GUDALAJARA, JALISCO.- Las letras mexicanas se teñían de luto la madrugada del 4 de mayo de 1999 por el fallecimiento de Ricardo Garibay (Tulancingo, Hidalgo, 1923), uno de los escritores más prolíficos de México. Cuando se cumple una década de la muerte de este autor de espíritu rebelde y apasionado, la admiración que siempre ha sentido por él su compañero de oficio Vicente Leñero (Guadalajara, Jalisco, 1933) sigue creciendo.No importa que Leñero fuera víctima de la fuerte personalidad de Garibay ni que discutiera varias veces con él por diferencias de opinión. Incluso soportó que lo negara como su amigo frente a los demás. Ninguno de estos pasajes desagradables ha dejado la más mínima huella de resentimiento en el escritor tapatío hacia el autor hidalguense. Todo lo contrario. Leñero nunca ha dejado de elogiar la figura humana y literaria de Garibay y lamenta que no sea un literato reconocido como se merece en México.El rostro de Leñero se ilumina con tan solo escuchar el nombre de su amigo. No puede negar el gusto que le provoca evocar su obra, su legado humano. Lo define como uno de los grandes prosistas mexicanos y no solo por la variedad de sus novelas, sino por su preocupación por el estilo: “Eso es lo que a mí más me llama la atención. Pienso que entre los grandes prosistas mexicanos, de los que conocemos ahora, con gran amor por la literatura, a esos pertenecía Ricardo Garibay. Escribió con mucha devoción”.Garibay tenía bien definida la convicción de su oficio: “Desde los 17 años viví para leer y escribir. Hice tres carreras universitarias y no me recibí de ninguna, no tengo ningún título; leer y escribir, todo lo demás lo pasé frívolamente. Mandé al carajo la vida; tenía un compromiso, escribir”.Así es: Garibay comenzó a estudiar Derecho, Filosofía y Psicología, pero no se tituló en ninguno de estos estudios. Sin embargo, fue becario del Centro Mexicano de Escritores de 1952 a 1953, junto con Juan Rulfo y Juan José Arreola, y se desempeñó como jefe de prensa de la Secretaría de Educación Pública en 1953. Además, fue profesor de literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y presidente del Colegio de Ciencias y Artes de Hidalgo. En 1994 ingresó al Sistema Nacional de Creadores de Arte como creador emérito.Hablar de Ricardo Garibay es referirse a un rebelde de la literatura. No siguió modas. No intentó sorprender con artificios literarios. Nunca puso en riesgo su creación para obtener un beneficio público, administrativo o académico. No pretendió ser un intelectual, sino un buen escritor, un artesano de las palabras, con un estilo que si bien le trajo grandes admiradores, también le creó fuertes detractores, como recuerda Vicente Leñero. ¿Qué supuso para México tener un escritor como Ricardo Garibay, con un estilo tan sui generis? “Yo pienso que fue muy sano, porque de pronto esos grupos mafiosos, ese PRI cultural que gobernaba a México, tenía ya valores establecidos, gente a la que respetaban y admiraban y que pertenecía a esos núcleos. Un personaje incómodo, al que no se le podía negar su gran talento, habilidad y su devoción hacia la literatura, rompía el esquema, así que esos grupos decían quiénes valían y a él lo consideraban de segunda categoría”.¿Considera que Garibay pudo superar el desaire de parte del gremio? “Creo que fue un hombre muy resentido con su medio, porque no se le reconocía lo suficiente. Uno de los grandes fallos en la historia de la literatura mexicana es que no se le dio el Premio Nacional de Ciencias y Artes. Ése es un hueco terrible”.Pero, lejos de ese resentimiento hacia su gremio, ¿no le quedó el gozo de sus lectores?“Por supuesto, sobre todo a los lectores que no les importa la política cultural, que no saben lo que sucede en ese mundillo que se forma en los grupos literarios. Mas allá de eso, ahí están sus obras que, pienso, tienen una gran vigencia”.¿Cómo era en la intimidad literaria Ricardo Garibay? “Muy sencillo. No era el mismo patán que cuando hablaba de política. Cuando hablaba de literatura se volvía un hombre muy sencillo y humilde, de hecho, era muy sabroso platicar con él. Incluso pedía consejos, a mí mismo me preguntó cuando incursionó en el teatro. Se inclinaba a aprender. Recuerdo que cuando vino Borges a México, por ahí de los 70, nos invitaron a estar en su departamento, éramos unos cuantos en su sala y nos invitó a jugar a nombrar los cuentos que nos marcaron la vida, un ambiente en el que Garibay se sintió más que cómodo”.En Vicente Leñero, ¿qué pesa más: el recuerdo de Garibay escritor o Garibay ser humano? “Los dos. Son áreas muy interesantes. Para mí pesa mucho ese sentido de la palabra, por escribir bien, que iba acompañado de la pasión de su temperamento. Era una persona apasionada no solo para escribir, sino para vivir”.¿Se siente privilegiado de haber sido amigo de Garibay? “Sí, claro. Aunque no estoy seguro si él me consideraba su amigo (risas), porque en una entrevista le preguntaron por mí y él dijo que no lo éramos, que solo nos habíamos visto de vez en cuando. Eso me causó mucha risa y dije: ‘pinche Garibay’”. Ser humano inolvidable Vicente Leñero insiste en la necesidad de reconocer a Ricardo Garibay. Siente que quizá sea tarde para hacerlo, pero ya no hay motivos que retrasen su exaltación como una de las mejores plumas nacionales: “Ahora está muerto, ya no molesta a nadie. Ahora se le puede leer sin prejuicios, dejando a un lado si era grosero o impertinente”. Pero su anhelo de que se reivindique a Garibay no se limita a su faceta como escritor, sino que considera que debe hacerse también como ser humano. Dice que “con todo y lo aparentemente teatral que era, abrupto, grosero y cínico, había detrás de él una gran persona, porque era de las pocas que amaba las letras. No quería nada más que eso. Pudo querer dinero, poder, reconocimiento, como cualquier ser humano, pero su vocación estaba bien orientada hacia la literatura, por eso jamás dejó de escribir”. Amor por la escritura “Escribir es un acto de amor, muchos momentos en la escritura son un verdadero orgasmo”, afirmaba Ricardo Garibay, quien en 1965 ganó el Premio Mazatlán de Literatura por Beber un cáliz, y en 1975 obtuvo el Premio al Mejor Libro Extranjero Publicado en Francia por La casa que arde de noche.Galardonado también con el Premio Nacional de Periodismo en 1987 y el Premio Narrativa de Colima en 1989, el escritor colaboró en Plural, Revista de la Universidad de México, Revista Mexicana de Literatura, El Universal, Novedades y Excélsior, entre muchos otros medios impresos. En televisión condujo los programas Autores y libros, Poesía para militantes, Mujeres, mujeres, mujeres, A los normalistas con amor, en Canal Once, y en Imevisión, Temas de Garibay y Caleidoscopio. La obra de Ricardo Garibay se compone aproximadamente de 50 libros, en los que exploró diversos géneros: novela, cuento, ensayo, crónica, reportaje, guión cinematográfico y teatro.Entre sus libros figuran Beber un cáliz (1965), La casa que arde de noche (1971), Rapsodia para un escándalo (1971), Aires de blues (1984), Oficio de leer (1996) y Feria de letras (1998). Algunos de sus guiones cinematográficos son Lo que es del César (1970), El mil usos (1971) y El Púas (1991). En teatro se encuentran Diálogos mexicanos (1975), Mujeres en un acto (1978) y ¡Lindas maestras! (1985). En el conjunto de sus reportajes aparecen Nuestra Señora de la Soledad en Coyoacán (1955), Acapulco (1978) y Chicoasén (1986).El escritor falleció de cáncer a los 76 años, heredando un amplio acervo a las letras.
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